¿Cómo te sentirías si después de haber librado una guerra, uno de tus compañeros te dice que la mujer que amaste en esos días de sangre y fuego, que además llevaba un hijo tuyo en el vientre, fue ejecutada sumariamente por orden de uno de tus comandantes?
Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com
El capitán Alex se había bebido una docena de cervezas en un asentamiento de guerrilleros, pocos días después de haberse firmado el cese al fuego. A su lado estaban dos de sus hombres de más alta confianza, Alcalá y Poison. Muy cerca de ahí también empinaban la botella un par de oficiales de las Fuerzas Especiales, el Pollo y Samudio.
Las miradas mareadas de unos y otros se toparon como trenes descarrilados, entonces fue que el Pollo se acercó para hacer una confesión que llevaba aprisionada en el pecho: Viejo, nosotros la matamos, le dijo con los ojos empapados de lagrimas.
¿Cómo te sentirías si después de haber librado una guerra, uno de tus compañeros te dice que la mujer que amaste en esos días de sangre y fuego, que además llevaba un hijo tuyo en el vientre, fue ejecutada sumariamente por orden de uno de tus comandantes?
Hay noticias que uno las tiene en sus manos, pero reniega de ellas, porque no quiere enfrentar su peso y su dolor. El Negro Alex lo sabía desde hacía meses, al menos como intuición.
Katia era una muchacha de amplias caderas, ojos y piel clara, cabellos castaños y un miraba de profundidad sexual. Cómo negarlo, era una chica especialmente sexy.
Su destino se marcó una tarde de invierno, cuando se encontraba haciendo la posta en el caserío Los Lirios, al norte del campamento El Quemado. Un disparo se arrastró con una bandada de pájaros fiero y quemante. Al parecer venía de su posición.
Cuando se envió un equipo para verificar el incidente, encontraron a Katia con su fusil en las manos y el cuerpo de un hombre uniformado, también con un Ak, tirado en el suelo, desangrado.
El muerto se llamaba Cárdenas, jefe de escuadra, que era hermano de Mulús, el comando que años después de la guerra serviría en el equipo de seguridad de Schafik Hándal.
Los argumentos para la defensa de Katia fueron claros y al parecer nada extraordinarios: Ella cumplía con su deber y Cárdenas, que llevaba días de estar apasionado por esas caderas exóticas que muchos querían besar y llevarse al fondo de una quebrada, forcejeó con ella en un intento por hacerle el amor, él, que sabía que ella era una combatiente aguerrida y además tenía su fusil a mano, intentó quitárselo, entonces se produjo el disparo que acabó con la vida del jefe de escuadra.
Al menos en dos cosas ella no mentía: que él había llegado a ese lugar sin motivo oficial y que estaba enamorado de ella, algo que todo mundo sabía.
Intrigas, pasiones y decisiones miserables
Este incidente provocó una situación delicada para el mando. Mulús exigió que se ajusticiara a Katia por haber matado a su hermano. Pero el asunto no era tan fácil de resolver, ella era la compañera de un oficial con altas credenciales, aunque no muy querido por uno de los comandantes. El hecho tenía a su base una extraña mezcla de intrigas, pasiones y decisiones miserables.
En noviembre de 1990 se ejecutó una nueva ofensiva guerrillera a gran escala nacional. El ejército percibió que los movimientos de la guerrilla estaban orientados a implementar una táctica similar a la de la ofensiva de 1989, pero esta vez, aunque se atacaron ciudades menores, los movimientos ofensivos estaban orientados a provocar respuestas que nos llevasen a combatir en maniobra de campo abierto.
Las tropas guerrilleras a las que estaba incorporado el Negro Alex en calidad de oficial, atacaron la ciudad de Apopa y montaron algunas emboscadas en la carretera Troncal del Norte. El comandante que debía estar junto al puesto de mando operativo, "se perdió" en el camino debido a que se quedó "dormido", por lo que debió regresar al cerro de Guazapa. Las maniobras se prolongaron varios días, los combates se extendieron hacia el norte hasta concluir en las periferias del cerro de Guazapa.
Cuando se produjo la evaluación de las operaciones militares, el comandante que se quedó dormido estuvo presente. Las discusiones por los errores realizados y los fallos en las responsabilidades mayores, provocó un altercado entre el Negro Alex y el comandante.
El negro le dijo al comandante que no tiene derecho a opinar sobre los detalles de una operación en la que no ha participado. La insinuación a su cobardía fue una puñalada, el camino que utilizó la tropa para llegar hasta la ciudad de Apopa, eran harto conocido por todos. Entonces, se dijo ahí, que ese no podía ser el motivo por el cual el comandante hubiese regresado al cuartel central, dejando a su tropa abandonada.
Un detalle más debió agregarse a esta intriga, el comandante acosaba sexualmente a Katia. Ella lo confesó en varias ocasiones y hasta le reprochó en la cara al comandante que ella tenía su hombre y que él la cuidaba como nadie en esa maldita la guerra.
El acoso continuó y las grandes diferencias entre Alex y el comandante aumentaron, y se vino la jugada previa al incidente de la muerte de Cárdenas.
Katia estaba asignada al pelotón del entonces teniente Negro Alex, unidad que estaba integrada a la agrupación basificada hacia el oeste del puesto de mando central, en los caseríos Ramírez y la Aldea.
La orden de mover a Katia a otra unidad, basificada al sur del puesto de mando, a otra agrupación, se produjo. La justificación era que el Negro Alex descuidaba sus obligaciones como jefe militar debido a su relación con su compañera, que esto afectaba la capacidad ofensiva de la unidad que comandaba debido a que en las noches se comportaban como típicos cuyos, coge y coge.
Desde su nuevo campamento, Katia envío varias cartas secretas al Negro Alex, en una de ellas le confesó que el médico colombiano Jaime Vélez, le había hecho un examen de embarazo que resultó ser positivo.
En ese ínterin es que se produce la muerte de Cárdenas.
Después de esa muerte, dos o tres cartas más llegan a las manos del Negro Alex, en una de estas Katia le dice que tiene miedo que la vayan a matar.
Días después, sin dejar que ella se despida de su amante, Katia desaparece. El comandante le comunica al Negro Alex, que ella ha salido del país, a México, para recibir atención sicológica. La definición siquiátrica es tan tonta como sólo podía ser la producida en una guerra: que ella mostraba una actitud de "excesiva lascivia", en otras palabras que lo hacía demasiado con su compañero y ahora que no estaba con él exigía ir a verlo todos los días o miraba a los hombres con ganas de comérselos pero a la hora de los toques no daba nada (el erotismo es un crimen para los militares).
Ustedes se preguntarán, y porqué el escritor no nos dice el nombre del comandante. Ok, se llamaba Arnulfo, y no es fácil para mí escribir su nombre.
La hija del general
Katia era hija de una mujer que sirvió de doméstica en la residencia del general Medrano, fue ahí, donde según nos contaba la chele Katia, que su madre quedó embarazada del general y pues así conoció la vida loca. Su abuela confirmaría esta historia.
Éramos pocos los que conocíamos este dato del origen filial de la guerrillera. Aunque no era nada extraño en una guerra como la nuestra, uno no dejaba de verla con la ambición de encontrar un parecido con su padre, el general.
Cuando pasaron los meses, la desaparición física de Katia provocó las desconfianzas de Alex y de otros oficiales que le conocían. Todos suponíamos cuál podría ser el destino, pues la operación se realizó en un alto secreto por un equipo selecto que no tuvo más intermediarios que el mismo comandante Arnulfo y no intervino ningún equipo de contrainteligencia, por razones obvias: su vida no tenía nada que ver con ninguna falta o traición.
El negro y yo hablamos del asunto algunas veces, y recuerdo que le dije que lo más seguro era que ella estuviera muerta, algo que él también creía.
Esa noche de las cervezas, cuando él supo los detalles de lo sucedido, que fueron saliendo con el valor que les daba el alcohol, el Negro quiso ir a su casa de campaña y sacar el AK y buscar a Arnulfo y matarlo ahí mismo, frente a la gente de ONUSAL. Fue prevenido de que no valía la pena matar a nadie, y no fue fácil porque Alex parece un búfalo, pero entre varios lograron amarralo y convencerlo de que la guerra había terminado y no era necesario que el resintiera un hecho tan reprochable haciendo una cosa similar con una persona tan miserable como Arnulfo.
Para entonces la abuela de Katia, que era una anciana, todavía vivía ahí cerca, en el cantón Montepeque, al sur de la Ciudadela Guillermo Manuel Ungo, donde estaba el asentamiento guerrillero en trámite de desmovilización.
Alex la fue a ver y le dijo que su nieta querida había caído en combate, pero que no podía decirle dónde estaba enterrada. El Negro me cuenta hoy, a estas alturas de la vida, cuando recordamos ese nuestro pasado turbio, que la anciana se le colgaba de la ropa, le daba golpecitos con los puños cerrados y le pedía que le dejara ver a su niña. "Puta, Berne", me dice él, "se me partía el alma porque no podía contarle lo que de verdad había sucedido, una noticia como esa podía matar a la viejita".
Hoy que escribo esta crónica de la muerte de Katia, la guerrillera, la amante, la hija del general Medrano, me sigo preguntando qué fue lo que nos sucedió en el camino, que terminamos matando el amor, que sin duda era demasiado bueno para lo que fuimos.
El Negro es uno de los hombres más nobles que conozco, porque guardar en lo más hondo de su intimidad una historia como la de su amante asesinada, no es comida de hocicones, por hoy he tenido su endoso para obsequiarla al mundo, es un regalo de amor, retorcido por las estupideces del hombre.
Berne Ayaláh
redaccion@centroamerica21.com
El capitán Alex se había bebido una docena de cervezas en un asentamiento de guerrilleros, pocos días después de haberse firmado el cese al fuego. A su lado estaban dos de sus hombres de más alta confianza, Alcalá y Poison. Muy cerca de ahí también empinaban la botella un par de oficiales de las Fuerzas Especiales, el Pollo y Samudio.
Las miradas mareadas de unos y otros se toparon como trenes descarrilados, entonces fue que el Pollo se acercó para hacer una confesión que llevaba aprisionada en el pecho: Viejo, nosotros la matamos, le dijo con los ojos empapados de lagrimas.
¿Cómo te sentirías si después de haber librado una guerra, uno de tus compañeros te dice que la mujer que amaste en esos días de sangre y fuego, que además llevaba un hijo tuyo en el vientre, fue ejecutada sumariamente por orden de uno de tus comandantes?
Hay noticias que uno las tiene en sus manos, pero reniega de ellas, porque no quiere enfrentar su peso y su dolor. El Negro Alex lo sabía desde hacía meses, al menos como intuición.
Katia era una muchacha de amplias caderas, ojos y piel clara, cabellos castaños y un miraba de profundidad sexual. Cómo negarlo, era una chica especialmente sexy.
Su destino se marcó una tarde de invierno, cuando se encontraba haciendo la posta en el caserío Los Lirios, al norte del campamento El Quemado. Un disparo se arrastró con una bandada de pájaros fiero y quemante. Al parecer venía de su posición.
Cuando se envió un equipo para verificar el incidente, encontraron a Katia con su fusil en las manos y el cuerpo de un hombre uniformado, también con un Ak, tirado en el suelo, desangrado.
El muerto se llamaba Cárdenas, jefe de escuadra, que era hermano de Mulús, el comando que años después de la guerra serviría en el equipo de seguridad de Schafik Hándal.
Los argumentos para la defensa de Katia fueron claros y al parecer nada extraordinarios: Ella cumplía con su deber y Cárdenas, que llevaba días de estar apasionado por esas caderas exóticas que muchos querían besar y llevarse al fondo de una quebrada, forcejeó con ella en un intento por hacerle el amor, él, que sabía que ella era una combatiente aguerrida y además tenía su fusil a mano, intentó quitárselo, entonces se produjo el disparo que acabó con la vida del jefe de escuadra.
Al menos en dos cosas ella no mentía: que él había llegado a ese lugar sin motivo oficial y que estaba enamorado de ella, algo que todo mundo sabía.
Intrigas, pasiones y decisiones miserables
Este incidente provocó una situación delicada para el mando. Mulús exigió que se ajusticiara a Katia por haber matado a su hermano. Pero el asunto no era tan fácil de resolver, ella era la compañera de un oficial con altas credenciales, aunque no muy querido por uno de los comandantes. El hecho tenía a su base una extraña mezcla de intrigas, pasiones y decisiones miserables.
En noviembre de 1990 se ejecutó una nueva ofensiva guerrillera a gran escala nacional. El ejército percibió que los movimientos de la guerrilla estaban orientados a implementar una táctica similar a la de la ofensiva de 1989, pero esta vez, aunque se atacaron ciudades menores, los movimientos ofensivos estaban orientados a provocar respuestas que nos llevasen a combatir en maniobra de campo abierto.
Las tropas guerrilleras a las que estaba incorporado el Negro Alex en calidad de oficial, atacaron la ciudad de Apopa y montaron algunas emboscadas en la carretera Troncal del Norte. El comandante que debía estar junto al puesto de mando operativo, "se perdió" en el camino debido a que se quedó "dormido", por lo que debió regresar al cerro de Guazapa. Las maniobras se prolongaron varios días, los combates se extendieron hacia el norte hasta concluir en las periferias del cerro de Guazapa.
Cuando se produjo la evaluación de las operaciones militares, el comandante que se quedó dormido estuvo presente. Las discusiones por los errores realizados y los fallos en las responsabilidades mayores, provocó un altercado entre el Negro Alex y el comandante.
El negro le dijo al comandante que no tiene derecho a opinar sobre los detalles de una operación en la que no ha participado. La insinuación a su cobardía fue una puñalada, el camino que utilizó la tropa para llegar hasta la ciudad de Apopa, eran harto conocido por todos. Entonces, se dijo ahí, que ese no podía ser el motivo por el cual el comandante hubiese regresado al cuartel central, dejando a su tropa abandonada.
Un detalle más debió agregarse a esta intriga, el comandante acosaba sexualmente a Katia. Ella lo confesó en varias ocasiones y hasta le reprochó en la cara al comandante que ella tenía su hombre y que él la cuidaba como nadie en esa maldita la guerra.
El acoso continuó y las grandes diferencias entre Alex y el comandante aumentaron, y se vino la jugada previa al incidente de la muerte de Cárdenas.
Katia estaba asignada al pelotón del entonces teniente Negro Alex, unidad que estaba integrada a la agrupación basificada hacia el oeste del puesto de mando central, en los caseríos Ramírez y la Aldea.
La orden de mover a Katia a otra unidad, basificada al sur del puesto de mando, a otra agrupación, se produjo. La justificación era que el Negro Alex descuidaba sus obligaciones como jefe militar debido a su relación con su compañera, que esto afectaba la capacidad ofensiva de la unidad que comandaba debido a que en las noches se comportaban como típicos cuyos, coge y coge.
Desde su nuevo campamento, Katia envío varias cartas secretas al Negro Alex, en una de ellas le confesó que el médico colombiano Jaime Vélez, le había hecho un examen de embarazo que resultó ser positivo.
En ese ínterin es que se produce la muerte de Cárdenas.
Después de esa muerte, dos o tres cartas más llegan a las manos del Negro Alex, en una de estas Katia le dice que tiene miedo que la vayan a matar.
Días después, sin dejar que ella se despida de su amante, Katia desaparece. El comandante le comunica al Negro Alex, que ella ha salido del país, a México, para recibir atención sicológica. La definición siquiátrica es tan tonta como sólo podía ser la producida en una guerra: que ella mostraba una actitud de "excesiva lascivia", en otras palabras que lo hacía demasiado con su compañero y ahora que no estaba con él exigía ir a verlo todos los días o miraba a los hombres con ganas de comérselos pero a la hora de los toques no daba nada (el erotismo es un crimen para los militares).
Ustedes se preguntarán, y porqué el escritor no nos dice el nombre del comandante. Ok, se llamaba Arnulfo, y no es fácil para mí escribir su nombre.
La hija del general
Katia era hija de una mujer que sirvió de doméstica en la residencia del general Medrano, fue ahí, donde según nos contaba la chele Katia, que su madre quedó embarazada del general y pues así conoció la vida loca. Su abuela confirmaría esta historia.
Éramos pocos los que conocíamos este dato del origen filial de la guerrillera. Aunque no era nada extraño en una guerra como la nuestra, uno no dejaba de verla con la ambición de encontrar un parecido con su padre, el general.
Cuando pasaron los meses, la desaparición física de Katia provocó las desconfianzas de Alex y de otros oficiales que le conocían. Todos suponíamos cuál podría ser el destino, pues la operación se realizó en un alto secreto por un equipo selecto que no tuvo más intermediarios que el mismo comandante Arnulfo y no intervino ningún equipo de contrainteligencia, por razones obvias: su vida no tenía nada que ver con ninguna falta o traición.
El negro y yo hablamos del asunto algunas veces, y recuerdo que le dije que lo más seguro era que ella estuviera muerta, algo que él también creía.
Esa noche de las cervezas, cuando él supo los detalles de lo sucedido, que fueron saliendo con el valor que les daba el alcohol, el Negro quiso ir a su casa de campaña y sacar el AK y buscar a Arnulfo y matarlo ahí mismo, frente a la gente de ONUSAL. Fue prevenido de que no valía la pena matar a nadie, y no fue fácil porque Alex parece un búfalo, pero entre varios lograron amarralo y convencerlo de que la guerra había terminado y no era necesario que el resintiera un hecho tan reprochable haciendo una cosa similar con una persona tan miserable como Arnulfo.
Para entonces la abuela de Katia, que era una anciana, todavía vivía ahí cerca, en el cantón Montepeque, al sur de la Ciudadela Guillermo Manuel Ungo, donde estaba el asentamiento guerrillero en trámite de desmovilización.
Alex la fue a ver y le dijo que su nieta querida había caído en combate, pero que no podía decirle dónde estaba enterrada. El Negro me cuenta hoy, a estas alturas de la vida, cuando recordamos ese nuestro pasado turbio, que la anciana se le colgaba de la ropa, le daba golpecitos con los puños cerrados y le pedía que le dejara ver a su niña. "Puta, Berne", me dice él, "se me partía el alma porque no podía contarle lo que de verdad había sucedido, una noticia como esa podía matar a la viejita".
Hoy que escribo esta crónica de la muerte de Katia, la guerrillera, la amante, la hija del general Medrano, me sigo preguntando qué fue lo que nos sucedió en el camino, que terminamos matando el amor, que sin duda era demasiado bueno para lo que fuimos.
El Negro es uno de los hombres más nobles que conozco, porque guardar en lo más hondo de su intimidad una historia como la de su amante asesinada, no es comida de hocicones, por hoy he tenido su endoso para obsequiarla al mundo, es un regalo de amor, retorcido por las estupideces del hombre.
3 comentarios:
quien eres tu Berne? un complice?
y tu quien eres, otro asesino que mato muchos salvadoreños, que ademas se aliaron con extranjeros para matar nacionales, lacra.
Es tu tata.
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